Costa Salvaje (Ciudad Casino)

Eye of the tiger


Siempre he sido un tipo pacífico, no pacifista, entiéndase bien, evito el conflicto pero si no hay otra alternativa, reacciono. La última pelea que recuerdo fue una de cuarto básico, esa fue total. Un compañero me molesto toda la clase, perdí la paciencia y en plena sala le aforré sin medir las consecuencias, y como cual caballero medieval me desafió a una pelea en el próximo recreo. El reto había sido hecho ante todos mis compañeros hambrientos de camorra, mi respuesta no se hizo esperar y sin tener que tocar su oreja con escupito, acepté. Las apuestas y las especulaciones sobre nuestras capacidades pugilísticas comenzaron, claramente llevaba una desventaja ante mi rival, mi antagonista era el que le aforraba a medio curso, incluso a algunos de quinto, estaba curtido en estas controversias. Mis compañeras, recuerdo, me pedían que no peleara, que me iban a pegar, por otra parte, rotundamente las apuestas iban en mi contra, más encima mi contendiente se dedicó a intimidarme el resto de la clase ante la complicidad de sus secuaces, me comencé a sentir solo. Maldición me dije, en que embrollo me he metido. La campaña me sonó como cañonazo en mis oídos. La suerte estaba echada, me quedé en la sala un instante, aunando fuerzas de flaqueza y antes que me catalogaran de cobarde, salí a enfrentar mi destino que a todas luces se venía negro. Como cual club de la pelea mi adversario se hallaba rodeado de sus parciales que lo alentaban. En el otro rincón me encontraba yo, a quien de pronto se abalanzaron unas niñas para impedir la pelea. Con delicadeza las aparte de mi lado y les pedí que me dejaran. Hubiese querido que insistiesen, pero para mi desgracia no lo hicieron y se retiraron. Ahí quedé yo, como cordero listo para ser degollado y más encima con al menos 10 minutos por delante de recreo. Ninguna maestra a la vista, ni don Goyo el auxiliar se apareció para impedir esta lid en medio de la alborotada muchachada. Los hechos se habían confabulado en mi contra y era imposible más dilatación de tan dramática realidad. Mi adversario alienado por la masa, se abalanzó implacable sobre mí, hubiera querido tener mejores reflejos, solo recuerdo que los golpes se sucedían uno detrás de otro, claramente estaba siendo apabullado, pero más terco que Rocky Balboa, seguí de pie soportando lo más dignamente posible, hasta que más por amor propio comenzó mi tardía pero no menos contundente reacción. Mi táctica consistía en mantenerlo a raya y tratar de no caer al suelo, mis golpes más que en cantidad eran ricos en calidad, el problema era que cada combo mío que llegaba a buen destino, entiéndase en pleno hocico, mi rival los reembolsaba con valor agregado. La pelea duró hasta que la campana tocó para la formación y ahí estaba yo rodeado de media escuela ante el matón del curso, con labios sangrantes y más golpeado que Martín Vargas, pero de pie y listo para proseguir. Fue raro, pero en ese momento nos quedamos mirando como evaluando esos minutos de ardua batalla, la enfervorizada y sorprendida gallada que no daba un peso por este pálido y flacuchento gladiador, comenzó a retirarse lentamente, satisfecha de sus ansias de reyerta colegial. La pelea había terminado, y nos fuimos quedando solos mientras la voz de una profesora llamaba histérica a formación por el micrófono. Después de tantas emociones contradictorias, mi rival me preguntó el motivo porque habíamos comenzado a pelear, en ese momento de turbación respondí que no lo recordaba, ante lo cual soltamos una risotada nerviosa como respuesta a lo ridículo que nos sentimos después de habernos revolcado por medio patio sin recordar el motivo. Y aunque no lo crean, en un acuerdo tácito nos abrazamos y nos fuimos a formar, desde ese día, puedo decir fui un poco más respetado por él y mis compañeros y no me fue necesario tener que volver a pelear hasta el día de hoy.
Fue una dura pelea, que si bien no hubo un claro ganador, debo reconocer, perdí por puntos. Ahí creo, me di cuenta de la diferencia entre pacífico y pacifista.