Reminiscencias dieciocheras
Recuerdo que de niño, por estas fechas, entre volantines y cuecas, tuve una amarga experiencia. Mi padre tuvo la genial idea de llevar carne al por mayor pa’ estar bien aperao’ pal’ dieciocho. El problemita era que esa carnecita venía en su envase natural y sin faenar, entiéndase vivito y coleando, era una ovejita tiernecita. La pobre estuvo amarrada en el patio de mi casa por lo menos dos días antes de asumir dignamente su macabro destino, al cual, cuando me enteré me opuse con llanto inclusive. Esta razón húmeda no tuvo ni el más mínimo efecto en estos dos padres de matadero que se presentaban ante mis ojos. Es más, mi padre pretendía que yo afirmará a esta ovejita mientras el procedía a desangrarla. Fue entre llantos cuando salió el Pedro Messone que hay en mí y tengo que haber dicho algo equivalente a “Como pretenden que yoooo que lo crié de potrillooooo clave en su pecho un cuchillo porque el patrón lo ordenooooó”.
Resultado, fui testigo presencial de cómo esa tierna criatura se desangró hasta la última gota, de como sus ojos desorbitados parecieron extrañar esas tardes de pastar en familia.
Juro que hice como que la afirmé, el trabajo pesado se lo llevó mi papá y mi abuelo.
Quise pensar que no había sufrido, que sus tiritones y forcejeos solo fueron un reflejo típico de los animales sometidos a esta fatal experiencia, así también su nulo control de esfínter. Una vez despojada del líquido vital, se procedió a descuerarla y trozarla, trabajo digno de Quincy o del Dr Lester al cual ya no era necesaria mi presencia, me retiré más triste que calcetín guacho. Nunca nadie supo que yo pase horas junto a esa ovejita, incluso hablándole antes de su sacrificio en expiación de nuestros instintos dieciocheros. Las guitarras sonaron más tristes que nunca por esos días, para distraerme se me ocurrió encumbrar mi volantín, no contando que mi pañuelito quietito en ese cielo de colores que adornaban estas fechas, sería presa fácil de un muchachote inclemente y con su hilo en estado de intemperancia y un pavo descomunal, sumado a mi inocencia de perro nuevo, cayó implacable sobre mi hilo libre de toda intervención etílica, que lentamente vi caer ante mí. Mi volantincito fue papita pal` loro. No alcancé ni a ir en arrea con mi sorpresivo contrincante aéreo. Con pena vi, como mi pañuelito surcaba el cielo de septiembre errante en busca de otro dueño, cuento aparte fue la de los pandilleros oportunistas que hicieron las delicias de mi hilo, después que la hebra de éste toco suelo.
Vaya fiestecitas que pasé, demás esta decir que no probé bocado, me podrían obligar a ser coautor del delito de ovejicidio, pero más encima antropófago y con mi oveja amiga jamás, noooo eso si que no, ya bastante cargo de conciencia pesaba sobre mis enclenques hombros.
Mi memoria después de estos hechos relatados se borra misteriosamente, es muy probable que me haya zampado, engullido, embuchado la carne de ese animalito que horas antes había llorado torrencialmente, es posible que me haya aprovechado de mi abuelo pa` que soltará unas monedas pa` que este Judas mocetón adquiriera en el mercado negro un nuevo volantín con su bolón de hilo curado y me haya echado mis buenas comis’. Y después de irme cortado repetidamente haya optado por seguir mis instintos y con palo en mano disputara la pertenencia de algún volantín en cualquiera de sus modalidades, obviamente sin éxito. En ese tiempo al menos el pescar un volantín era cosa de caballeros. Cuando surcaba las alturas un volantín vagabundo, desinteresadamente se ponía sobre aviso a la muchachada con el grito de guerra: “Cortado cabrito”. Ahora no, el individualismo salvaje ha llegado hasta esta actividad, ya no se escuchan esos avisos de buena fe, sino que se ve a un niño que al percatarse de un volantín cortado se hace medio el gueón para tomar ventaja sobre los demás pajarones que no dan cuenta de tamaña oportunidad de gloria, gloria porque al que lo agarra, por un instante es envidiado, admirado como ganador por parte de la turba de bárbaros que persigue cada volantín errante. Que tiempos aquellos, ahora mirar pal’ cielo me provoca dolor de cuello y me encandilo con el sol.¿Todo tiempo pasado fue mejor?, no lo sé, ahora no tengo cargo de conciencia de comer carne de ovejita, la tranquilidad de mis años me da la posibilidad de analizar de manera divertida algunos vivencias de niño y lo que es mejor contar estas historias con valor agregado a pequeños que me miran con grandes ojos como si yo hubiera sido alguno de los legendarios volantineros de mi infancia, a quienes desde aquí, doy un homenaje para estos grandes del aire, que con sus pájaros de papel, forman parte de los recuerdos de tantos pequeños hoy hombres: El Viejo de Carrete, El Pelao Lee, Waldo, Filario, Rody. Ellos firmaban sus volantines y echaban comis de antología, tener un pedazo de su hilo curado con técnicas que eran secreto de estado era un honor reservado para pocos.
El dieciocho es un tornado de emociones, de cuecas, tonadas, cumbias y rancheras a todo volumen, de ramadas con olor a eucaliptos, de asados al por mayor, de parada militar, de volantines, de tacos descomunales para la costa, de atochamientos en supermercados y carnicerías, de beber con chipe libre, es el relajo de Chile.
Así lo viví, lo vivo y lo viviré, con sus penas y alegrías.
Recuerdo que de niño, por estas fechas, entre volantines y cuecas, tuve una amarga experiencia. Mi padre tuvo la genial idea de llevar carne al por mayor pa’ estar bien aperao’ pal’ dieciocho. El problemita era que esa carnecita venía en su envase natural y sin faenar, entiéndase vivito y coleando, era una ovejita tiernecita. La pobre estuvo amarrada en el patio de mi casa por lo menos dos días antes de asumir dignamente su macabro destino, al cual, cuando me enteré me opuse con llanto inclusive. Esta razón húmeda no tuvo ni el más mínimo efecto en estos dos padres de matadero que se presentaban ante mis ojos. Es más, mi padre pretendía que yo afirmará a esta ovejita mientras el procedía a desangrarla. Fue entre llantos cuando salió el Pedro Messone que hay en mí y tengo que haber dicho algo equivalente a “Como pretenden que yoooo que lo crié de potrillooooo clave en su pecho un cuchillo porque el patrón lo ordenooooó”.
Resultado, fui testigo presencial de cómo esa tierna criatura se desangró hasta la última gota, de como sus ojos desorbitados parecieron extrañar esas tardes de pastar en familia.
Juro que hice como que la afirmé, el trabajo pesado se lo llevó mi papá y mi abuelo.
Quise pensar que no había sufrido, que sus tiritones y forcejeos solo fueron un reflejo típico de los animales sometidos a esta fatal experiencia, así también su nulo control de esfínter. Una vez despojada del líquido vital, se procedió a descuerarla y trozarla, trabajo digno de Quincy o del Dr Lester al cual ya no era necesaria mi presencia, me retiré más triste que calcetín guacho. Nunca nadie supo que yo pase horas junto a esa ovejita, incluso hablándole antes de su sacrificio en expiación de nuestros instintos dieciocheros. Las guitarras sonaron más tristes que nunca por esos días, para distraerme se me ocurrió encumbrar mi volantín, no contando que mi pañuelito quietito en ese cielo de colores que adornaban estas fechas, sería presa fácil de un muchachote inclemente y con su hilo en estado de intemperancia y un pavo descomunal, sumado a mi inocencia de perro nuevo, cayó implacable sobre mi hilo libre de toda intervención etílica, que lentamente vi caer ante mí. Mi volantincito fue papita pal` loro. No alcancé ni a ir en arrea con mi sorpresivo contrincante aéreo. Con pena vi, como mi pañuelito surcaba el cielo de septiembre errante en busca de otro dueño, cuento aparte fue la de los pandilleros oportunistas que hicieron las delicias de mi hilo, después que la hebra de éste toco suelo.
Vaya fiestecitas que pasé, demás esta decir que no probé bocado, me podrían obligar a ser coautor del delito de ovejicidio, pero más encima antropófago y con mi oveja amiga jamás, noooo eso si que no, ya bastante cargo de conciencia pesaba sobre mis enclenques hombros.
Mi memoria después de estos hechos relatados se borra misteriosamente, es muy probable que me haya zampado, engullido, embuchado la carne de ese animalito que horas antes había llorado torrencialmente, es posible que me haya aprovechado de mi abuelo pa` que soltará unas monedas pa` que este Judas mocetón adquiriera en el mercado negro un nuevo volantín con su bolón de hilo curado y me haya echado mis buenas comis’. Y después de irme cortado repetidamente haya optado por seguir mis instintos y con palo en mano disputara la pertenencia de algún volantín en cualquiera de sus modalidades, obviamente sin éxito. En ese tiempo al menos el pescar un volantín era cosa de caballeros. Cuando surcaba las alturas un volantín vagabundo, desinteresadamente se ponía sobre aviso a la muchachada con el grito de guerra: “Cortado cabrito”. Ahora no, el individualismo salvaje ha llegado hasta esta actividad, ya no se escuchan esos avisos de buena fe, sino que se ve a un niño que al percatarse de un volantín cortado se hace medio el gueón para tomar ventaja sobre los demás pajarones que no dan cuenta de tamaña oportunidad de gloria, gloria porque al que lo agarra, por un instante es envidiado, admirado como ganador por parte de la turba de bárbaros que persigue cada volantín errante. Que tiempos aquellos, ahora mirar pal’ cielo me provoca dolor de cuello y me encandilo con el sol.¿Todo tiempo pasado fue mejor?, no lo sé, ahora no tengo cargo de conciencia de comer carne de ovejita, la tranquilidad de mis años me da la posibilidad de analizar de manera divertida algunos vivencias de niño y lo que es mejor contar estas historias con valor agregado a pequeños que me miran con grandes ojos como si yo hubiera sido alguno de los legendarios volantineros de mi infancia, a quienes desde aquí, doy un homenaje para estos grandes del aire, que con sus pájaros de papel, forman parte de los recuerdos de tantos pequeños hoy hombres: El Viejo de Carrete, El Pelao Lee, Waldo, Filario, Rody. Ellos firmaban sus volantines y echaban comis de antología, tener un pedazo de su hilo curado con técnicas que eran secreto de estado era un honor reservado para pocos.
El dieciocho es un tornado de emociones, de cuecas, tonadas, cumbias y rancheras a todo volumen, de ramadas con olor a eucaliptos, de asados al por mayor, de parada militar, de volantines, de tacos descomunales para la costa, de atochamientos en supermercados y carnicerías, de beber con chipe libre, es el relajo de Chile.
Así lo viví, lo vivo y lo viviré, con sus penas y alegrías.
11 Comments:
Pobre ovejitaaaaaaaaaaaaa....buaaaaaa, qué penaaaaa!...
ahora, cuando miro pal cielo, me cuesta encontar banderas chilenas al viento...veo spidermans, batmans...y cuánto mono weon impreso en un lindo volantín chileno...
Parece que el atriotismo nos alcanza sólo pa la chicha y las empanás...juajua
(patriotismo)
yo tmb viví tu experiencia, claro que no sufrí, no es que sea insencible con toda la frialdad de la palabra solo que me dijieron antes que no me acercara y no le haga cariño, pok suelo hacerle cariño en el campo hasta los chanchos...entonces no me acerque al cordero, que recuerdo k era machito, a de mas de tener una cinta amarilla en el cuello pork desde que nacio lo tenian destinado a morir.
muchos besitos.
No experimenté eso de los corderos, pero si recuerdo lo trascendental que era en mi casa cuando mi viejo llegaba a principios de septiembre con un montón de volantines.
Creo que me habrá enseñado unas 10 veces cómo se pone el hilo, donde se hacen los hoyitos (con el palito de fósforo incluido), etc. Pregúntenme hoy si me acuerdo. jeje.
Te sigo leyendo, saludos.
Gracias por postearme!!!
Me ha encantado tu relato, bien condimentado, con sonidos de cueca y aromas de empanadas calduas y chicha dulce.
Lo peor del nuevo estilo de "agarrar" un volantin cortado, es que nisiquiera lo vuelven a elevar, es tanta la pelea entre ellos que lo terminan destrozando y se acabó el juego, ahí viene el otro...
Terrible lo de la oveja, jamás permitiria que mis niñas presenciaran algo así, y menos Josefina que a sus 6 años se declara vegetariana de cuerpo y alma, podrás creer??...
Cariños niño del hermoso puerto, hasta pronto.-
que pena! yo cuando chico vivia en el campo y tenia una vaca...era mia segun mi papa...cuando ya era tiempo de matarla...mi papa empezo a postergar el sacrificio..nunca supe cuando la mataron....mi viejo me ahorro esa pena..
siempre le agradecí eso
yo opino que todos deberian comer mierda
Que pena por la ovejita amiga, este ya es mi segundo 18 afuera de chilito, pero no por eso dejo de comerme mis empanaditas, ya conozco muchos chilenos el 90% de valparaiso, que se juntany hacen grandes fiestas aqui, asi que alla estare con mis dos " hormiguitas canadienses" y mi amor, celebrando y bailando unas cuecas, aunque mi amor , no sabe nada de eso(no es chileno) el me sigue y ya esta aprendiedo un pokito.
gracias por tu s post :D
te leo siempre
saludos
la hormiguita reina ....jajjaja
Confieso que también viví esa penosa experiencia..... de nada valen tus súplicas de niño. Ahora bien, tu manifiesto de rebeldía se acaba cuando la sinfonía de tripas que se forma se torna insoportable, y te regalas ante un pedazo de carne, el chantaje de la comida es implacable.
Pero no por eso no vamoh a tomar....
Feliciades Daniel...
Te vendré a visitar...gracias por las tuyas
lamentablemente no fue el primero ni el último...me pasó algo parecido con una gallina, despues de verla correr por todo el patio la vi servida con chuchoca (guacatela, no me gusta la chuchoca) y escuché comentarios como: mmm, ta' media dura parece que corrió mucho...!!!. Guuuaaaa!!!.
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